Mientras la abuela de mi amigo platicaba sobre su vida en la iglesia y su labor en el hogar recordé que me importabas. No es que no le hiciera caso a la historia de la abuela Raquel, algo dijo que recordé tu cara de idiota cuando sonreías de perfil.
Sí, ese perfil con nariz puntiaguda, la barbilla pequeña y tu boquilla delgada que se estiraba si sólo sonreías un poco, la arruga sobre la arruga de tu comisura izquierda. Recuerdo.
Cuando me dijiste mami chiquita preciosa con sólo tocar mis nalgas. Tu cara, ahí está tu pinche cara, con los ojos cerrados y tu lengua lamiendo mis labios. Tus manos, apretando mi cadera contra ti como si quisieras perforarme el pensamiento. Puta madre, la pizza. Tirada en el suelo. Con hormigas amarillas sobre el queso.
Tu voz, pinche voz odiosa que retumba en mis oídos cuando decías esa palabra de cariño que nadie más ha dicho.
Me gustas. Te imagino todo el tiempo haciendo cosas que jamás harías porque eres fastidiosa, odiosa y rara. Sí, tu pinche rareza de mierda que inmoviliza tu mente para hacer lo que en verdad deseas.
Cogería con tu mente aunque no me tocaras ni una chichi.
Follaría con tu voz porque es lo único que permanece a través del tiempo.
Un día te vas a ir de hocico, romperás tus uñas y vas a llorar tanto, como la vez que desapareciste y tuve que aceptar tu pinche partida.
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